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19 de septiembre de 2007

Explosión mata a más de 30 en Coahuila

Casi es de noche. Para muchos la hora más peligrosa para viajar por carretera, aunque para ella está perfecta. Domingo. Un viaje de ida y vuelta sin el calor del desierto que pone de malas a cualquiera. No habrá reverberación del sol, ese es un plus. Sube al auto, es “nuevo”, hace pocos meses que terminó de pagarlo. De no adquirirlo tendría que viajar esos 160 kilómetros en la motocicleta de siempre. Comienza el trayecto. No hay tráfico y avanza despreocupada. Mañana comenzará otra jornada en el quirófano, es mejor viajar en los días libres que cuando se trabaja. Lleva un poco más de cuarenta kilómetros recorridos, pasa curvas cerradas, montañas cercanas. De pronto todo el panorama cambia, los coches que van delante se detienen. Ella frena también. Al cuestionar el porqué del embotellamiento que le estropea los planes, descubre con sorpresa que hay un accidente metros adelante. Hay personas heridas, quizá muertas. Toma su teléfono e informa a alguien en un hospital mientras se aproxima al lugar apresuradamente. Ya no tiene el día libre, tendrá que adoptar su papel de enfermera quirúrgica que sólo usa de lunes a viernes. Cuelga la llamada. Hay ambulancias y periodistas. Se presenta ante los paramédicos, comienza la actividad. Hay cuerpos tirados. Sangre. Fuego. Al parecer tres personas a bordo de una camioneta se impactaron contra un trailer. La gente comienza a juntarse alrededor para ver lo que pasó. Suben los cuerpos a las ambulancias. Los del trailer no aparecen y éste comienza a encenderse. Ya nada hay que hacer. No está asustada o sorprendida, en el hospital ha sorteado más de una vez tragedias peores. Ve alejarse un poco a las ambulancias y decide retirarse ella también. Pasa entre la gente dando la espalda al accidente, pero nadie la sigue. A pesar de la advertencia sobre una posible explosión, nadie se aparta, sólo ella. Camina pocos metros, un estruendo se escucha, hay luz, fuego… y de repente, nada.
La conocí en el hospital hace unos años, una enfermera excelente. No murió ni perdió miembros en la explosión de hace más de una semana, pero aún no se recupera de los daños que sufrió al cumplir con su trabajo, además, su auto quedó hecho añicos. Así es la vida, cruel a veces, insensible… pero hay que vivirla a pesar de todo.
PD. Nadie tiene la culpa de lo sucedido, cada quien tomó las decisiones que quiso y afectó a quienes le rodearon en ese instante, tal como pasa en cada segundo de nuestra existencia. No basta tener grandes símbolos o patrullaje alrededor de las cargas peligrosas si los demás no manejan con precaución, o simplemente, si seguimos haciendo más caso al voyeurismo que tenemos dentro que a las órdenes de quienes están más consientes de la situación. Toda acción tiene una reacción, y las decisiones que tomemos, sean correctas o erróneas, le darán curso, o fin, a nuestra vida.

2 dicen...:

La Chocorrola dijo...

¡Dalia María Alejandra!

Te quedó muy padre y es cierto, yo no culparía a los del choque por la muerte de todas esas personas, cada quien es dueño de sí mismo y las decisiones que tome modificaran su vida...

Como dices, a veces es más el morbo que atender las indicaciones de alguien qué sabe lo que puede pasar...

En fin, sólo me queda de lección, no ir de "chismosa" en algún accidente, a menos que yo sea la accidentada, y espero, eso no suceda, al menos no pronto! jejejeje

Y ojalá que tu amiga se recupere pronto, que me imagino fue algo impactante!

Saludos!

*aleida!*

Anónimo dijo...

que fuerte!
(sin palabras)