
El amor no es un lugar, ni un camino, ni siquiera una persona… el amor sólo llega de pronto y se aleja de la misma forma. Es una mezcla de costumbre, confianza, admiración y deseo; y paradójicamente, cuando el amor termina, la costumbre harta, la confianza se pierde, ya no hay virtudes que admirar ni más deseo qué sentir…
El amor es creer que puedes ser tú en otra persona, que su alegría es tuya, que miras lo que el otro ve. Es saberte elegido por quien tienes al lado, y estar feliz de elegir a una persona que comparte gustosa el devenir de tu vida.
Amar es sentir que el corazón explota, que la sonrisa se queda estacionada en nuestro rostro, que el hambre no existe, los problemas ajenos desaparecen y nada importa.
Los defectos del otro se vuelven pequeños y sus virtudes sobrehumanas. Sus manos son perfectas, sonríe y el mundo se ilumina…
Pero el amor es sólo una sensación… como las náuseas… como el calor… y cuando menos piensas desaparece. Si alguno de los dos se siente pleno y satisfecho, abandona el camino y se aleja…
Las alegrías se convierten en gritos, reproches y angustias; surge de pronto la sensación de haber elegido de manera equivocada; las sonrisas son fingidas, los defectos saltan a la vista, sus manos no eran tan perfectas… el ser que antes se amó es superado en mucho por cualquier otro que se cruza en el camino… y la mirada que ayer le pertenecía, hoy voltea a los lados buscando alguien mejor en quien posarse…
En una relación el amor no es lo que más dura, tal vez es lo primero en desgastarse. Se evapora, se escurre, se filtra por las rendijas, se va de las manos aunque lo aprietes fuerte.
Así es el amor… y sólo es desdichado quien no lo vive a tiempo porque piensa, inocentemente, que durará para siempre…