
La verdad es incómoda. Ser sinceros no siempre tiene un desenlace feliz.
En el trabajo me han pedido que defina prioridades, y aunque quieren escuchar que es la oficina, mi prioridad soy yo, mi vida, y si eso les afecta no es mi problema, soy persona antes que empleada.
Mi corazón no funciona como debiera. "Haz más ejercicio", "come bien", "deja el café y la sal", me han dicho varias veces. "Si, estoy en eso", respondo. Pero no es verdad, no puedo ser sincera porque simplemente me lincharían con regaños y advertencias.
"¿Qué dice tu mensaje?" pregunta mi hermana al ver que sonrío cuando mi teléfono me avisa que alguien me ha escrito. "Nada... me preguntan cómo estoy", respondo con indiferencia. En realidad esos mensajes que recibo por la noche son propuestas a las que no sería capaz de resistirme, que me hacen sentir bien, y de ser conocidos por mi hermana seguramente estaríamos en el confesionario un mes completo, él y yo.
En una plática común con algunos alumnos de la Facultad salió a relucir la verdadera inclinación sexual de alguien a quien yo le presté demasiadas atenciones alguna vez. "Eso lo explica todo", comentó una amiga cuando se lo dije con cara de sorpresa, "pudo hacértelo saber pero te utilizó para que no se sospechara". La verdad, la de ella, me pareció lógica... la verdad, la de él, la que apenas conocía, me hizo sentir estúpida.
La sinceridad daña muchas veces, otras más hace notar nuestros defectos y debilidades. Callamos porque la verdad es incómoda hasta para nosotros mismos, porque no nos creemos capaces de soportar ser lo que somos, porque vivimos para los demás y no para el yo interno. Las máscaras nos hacen fuertes, nos hacen ganar batallas a diario, muestran la cara linda que todos quieren ver aunque en realidad seamos tan ordinarios cuando la dejamos en la mesa de noche. Hay que dejarla un día en casa, olvidarla en el cajón de las cosas inservibles, mostrar esa cara lavada que todos desconocen y hacer visible a ese ser que tanto ocultamos.
Por mi parte haré ejercicio y dejaré la sal (estoy en eso jaja), le diré a mi jefe unas dos o tres verdades incómodas, me confesaré con mi hermana y le expresaré que quiero todo con el chico de los mensajitos telefónicos, me haré a la idea de que aquel hombre que me parecía interesante es más chica que yo... en pocas palabras, dejaré la máscara escondida cada vez con mayor frecuencia, hasta que un día, de tanto dejarla, termine por olvidar que existe.
¿y tu? ¿la dejarías?