Estoy de nuevo, con un par de historias recientes y noches breves para el sueño… con un montón de risas en la memoria y más de dos cicatrices en la piel como huellas de experiencias divertidas. La vida es eso: disfrutar los buenos ratos, después vendrán otros mejores… pero como no todo es optimismo, aquí va una pequeña parte de lo que pasó conmigo en mi ausencia de estos rumbos.
Eran las 6 de la mañana, el autobús salía a las 7:10. Mi salida nocturna del viernes se había prolongado hasta las 4 del sábado, así que sólo había dormido un par de horas. Un duchazo rápido, una maleta hecha a toda prisa, y la gran incógnita: llevar o no a la mascota. “Cómprale una jaula y la anestesia”, me habían dicho unos días antes, pero debido a mi desidia característica estaba ahí a las 6 y media sin saber qué hacer y sin oportunidad para ir a comprar lo necesario para cargar con ella. No me dejarían subir al autobús si la llevaba conmigo, y era una salvajada dejarla en casa y que sobreviviera con dos puñados de alimento (porque también eso había olvidado). Bien, decidí llevarla en uno de mis bolsos y arriesgarme, no sin antes decirle que fuera a hacer pipí o lo que necesitara (lógicamente no me entendió).
Cargué con todo y me subí al taxi, ya casi al llegar el taxista me advirtió que no me sería posible viajar con la gata despierta a lo que yo le contesté con un “si no puedo, ni modo”, algo que sonó a “¿y a usted quién le preguntó?” jaja...bueno, no sonó tan grosero. La Tizzy se comportó de lo mejor, no sacaba su cabeza ni hacía ruidos extraños. Como siempre he sido muy afortunada (sarcasmo), resultó que la corrida de las 7:10 estaba con una hora de retraso. Compré mi boleto para las 8:00 (50 minutos más!!!) y me salí a los andenes, no quería estar expuesta. Me sentía inquieta, no está permitido subir animales despiertos y sueltos junto con los pasajeros, así que estaba a punto de ser una delincuente. Justo cuando pensaba estas cosas y me ponía nerviosa con cada movimiento de mi bolsa, se acerca un joven maletero, “¿se le pasó el camión, señorita?”, a lo que respondí que no, simulando tranquilidad. “¿Qué no va usted para Monterrey?”… “No, no voy a Monterrey”… “¿A dónde viaja?”… (a punto de decirle que se fuera) “A Monclova, y no, aún no llega, estoy muy atenta con eso”… “Ah, pensé que iba a Monterrey” (lo dice con una sonrisa de ‘cómo caigo bien’ y yo contesto con otra de ‘si quisiera platicar te seguiría la corriente’). El tipo se cansó de mi cara de desvelo/intranquilidad/pocos amigos y terminó por marcharse.
Bien, el autobús llegó y me subí con la maleta y la bolsa con la gata. Tan pronto como estuve en mi lugar (estratégicamente de lado de la ventanilla) puse la maleta sobre mis piernas (no estaba tan grande) y acomodé a Tizzy en un pequeño espacio, de manera que estuviera cubierta. La primera hora fue de nervios: quería trepar a mi hombro, bajarse a correr, en fin, se movía hacia todos lados… pero jamás maulló. Las dos horas restantes se la pasó dormida, eso fue fantástico.
En Monclova la Tizzy se la pasó de la fregada, llegó como toda una mujercita, blanca, enorme y divina, y terminó aporreada por los gatos de mi hermano, llena de lodo, con una herida bajo un ojo y terriblemente sedienta… parecía otra. Sólo estaríamos ese día allí, así que por la tarde, ya junto con mi hermana, tomamos de nuevo al autobús para recorrer las dos horas restantes camino a casa, utilizando la misma estrategia del bolso. Ese trayecto fue mucho mejor, los nervios de la gata estaban relajados y le sentó bien el clima de la unidad (jaja esa palabra es chistosa, en realidad cualquier cosa única es una unidad ¿no?), pero esta vez todo el mundo se enteró de su presencia (menos el conductor y sus secuaces, claro), y me veían con cara de “¿qué le pasa a ésta con su gato?” y es que la Tizzy no tenía buen semblante.
En fin, llegamos a casa y todos se sorprendieron de recibir a dos ‘seños’, en lugar de una, y como era lógico, la Tizzy les ganó el corazón a pesar de su aspecto de indigente (ya estaba más limpia, pero aún lucía un tono beige jaja). La gatita esperó hasta llegar a casa de mis papás para hacer sus necesidades, eso me pareció un buen detalle :)
Después de varios días, en una charla cualquiera, mi papá me pidió que le regalara a Tizzy, que tenía ganas de un gato que supiera estar dentro de casa (porque dio la casualidad que la gatilla se portaba como nunca la muy jija) y ante sus deseos no tuve más que ceder.
Ayer regresé a Saltillo con la maleta llena y el bolso vacío, limpié sus cosas y las envié con mamá. Mi papá la bautizó de nuevo así que cuando pregunte por ella tendré que llamarle Bolita (jajaja se pasó con el nombre, ni batalló), y ya no es la nieta de papá, es su hija.
No lo negaré, la extraño. Ya nadie me recibe en casa, ni tampoco está ese algo que llegaba a sacarme de mis tareas diarias. Pero bueno, la vida se compone de encuentros y despedidas, y esta vez nos tocó a nosotras… además ustedes ganan, ya no habrá post de gatos jaja…
Feliz inicio de semana!!