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29 de abril de 2008

las sonrisas gratis


Hoy practiqué el arte de la sonrisa cuando regresaba a la oficina luego de comer en casa. Me dije ¿qué pasaría si le sonrío a cualquier persona que se cruce en el camino? Y lo hice. Le sonreí a un anciano que al igual que yo esperaba el turno para cruzar la calle, sólo que estábamos en lados opuestos. Atinó a decir “adiós” con acento temeroso; tal vez le pareció sospechoso que una mujer casi cincuenta años menor que él le regalara una sonrisa así nada más. Las siguientes víctimas eran dos mujeres, quizás madre e hija, una de tres años tal vez y la otra de veinte o más. Le sonreí a la niña y ni caso me hizo, la otra mujer sólo volteó su rostro cuando vio mi cara amable… ni hablar, supongo que pensó que estaba loca. Pero justo después, sobre la misma acera, un hombre de algunos cuarenta años bajó de su automóvil, “el siguiente”, pensé. Cual fue mi sorpresa cuando me ganó el turno y sonrió al verme. Me sorprendí… me asusté… casi corro… Obviamente no correspondí a esa sonrisa extraña, pero puedo asegurar que al pasar y darle la espalda quitó la sonrisa y vio mi trasero. Qué desgracia, a partir de ahí puse mi cara de siempre y no sonreí hasta entrar de nuevo en la oficina y ver rostros conocidos.
Una sonrisa no siempre funciona, en aquel anciano del “adiós inseguro” tal vez fue una sorpresa agradable; pero la mujer que acompañaba a la pequeña seguramente se cuidó de miradas raras y sonrisas fáciles bajo el lema de “no hay que confiar en nadie”; el tipo que bajaba de su auto indudablemente miró una docena de traseros luego de ver el mío… y todo derivado de una mujer que quiso practicar el arte de la sonrisa.
Quizás mañana olvide la experiencia y me diga de nuevo: “¿qué pasaría si le sonrío a cualquier persona que se cruce en el camino?”…

24 de abril de 2008

ver llover


Nubes negras oscurecen el interior de la casa. Tres niñas observan por la ventana la cortina de lluvia que se acerca, lentamente pero amenazadora. El aire fresco se siente en la cara. Huele a tierra mojada. Un par de señoras robustas corren por la calle intentando ganarle a la tormenta que se ve en el horizonte…tropiezan… se detienen… cambian de acera para sentirse más seguras… desaparecen a la vuelta de la esquina.
Comienza a llover. Hay que cerrar la ventana, la lluvia convertida en brisa entra en la casa y moja el piso. Mamá llama a las chicas: hay chocolate caliente, pan y cojines en el suelo para contemplar la lluvia frente a la puerta principal. Papá se sienta en su mecedora, y ríe cuando mamá dice que las burbujas que se ven en la calle son mujeres con paraguas y las chispas de las gotas son militares que las persiguen marchando. El agua ha transformado la calle en un río revuelto, los truenos y relámpagos hacen del ambiente algo especial. Mamá comenta que Dios habla en las nubes y relata historias de tormentas en el campo, de cuando llovió dos días seguidos y más recuerdos que papá complementa con detalles extraños, con nombres de personas que sólo él conoce y entrando en polémica por cualquier detalle que mamá olvida. Sin sospecharlo siquiera, la lluvia termina, el cielo está azul de nuevo y el viento es más fresco que antes… hay un aroma delicioso en el ambiente… la fiesta no ha terminado.

En el lugar donde crecí llueve muy poco, dos o tres veces al año si hay suerte, por eso mi mamá inventaba de la lluvia un gran espectáculo: nos sentaba en primera fila y hacía que saboreáramos al máximo esos minutos de benevolencia divina. Disfruté mucho esas lluvias esporádicas, donde no sabía quién vestía a quién: el chocolate a la lluvia o la lluvia al chocolate; lo único que recuerdo es que juntos eran deliciosos.
Aquí la lluvia no es algo extraordinario, pero aún corro las cortinas para ver a las señoritas de paraguas con sus militares al lado, me preparo un chocolate caliente y al igual que en los viejos tiempos, hago de la lluvia un espectáculo totalmente delicioso.

21 de abril de 2008

todo termina


Rara vez leemos las letras chiquitas en los contratos, los instructivos, la garantía. Por eso la vida nos sorprende, muestra esa faceta que sabemos existe pero que, inconscientemente, esperamos que jamás suceda.

**El sol se pondrá, eso es indudable, sin embargo consumimos horas y horas con nimiedades hasta que el ocaso llega y nos sorprende con un millón de cosas importantes sin terminar.
**La vida termina el día que menos esperamos, pero aún sabiéndolo duele ver cómo se apaga la sonrisa o que el sofá de papá queda vacío para siempre…
**El amor no es eterno, sin embargo los recuerdos nos hacen creer que todavía es posible regresar el tiempo, aunque en realidad sólo quede la nostalgia, la melancolía y un hueco en el lugar del corazón.
**La historia que hojeamos por la noche terminará, a pesar de retrasar su final e intentar no ver esas tres dolorosas páginas que nos quedan para concluir.
**La llamada con ese amigo quizás sea la última, tal vez su vida lo envuelva y jamás tengamos la oportunidad de escuchar su voz, a pesar de eso se comenta la temperatura en lugar de decirle lo importante que es para nuestras vidas.

Los momentos son suspiros que se van sin rumbo fijo, son pestañeos donde la vida pasa sin darnos cuenta, son segundos que se escurren y jamás regresarán; quizás dejen una sonrisa, un recuerdo grato, un lugar especial en el parque; pero algo es cierto: no tienen garantía de durabilidad.

18 de abril de 2008

similitudes




Ayer vi dos palomas intentando aparearse en la fuente de una plaza pública. Una estaba horrible a mi parecer: sus plumas eran escasas y color rojizo, su cabeza pequeña, su cuerpo no era de un buen tamaño. La otra era perfecta: plumas abundantes color tornasol oscuro, cuerpo redondo (las aves redondas son lindas), cabeza y pico de buen tamaño… la paloma fea era la que insistía, perseguía, acosaba mientras inflaba su plumaje; pero la bella dejaba alcanzarse de vez en vez, se alejaba y se detenía de pronto, volaba un poco y se posaba visible ante su acosador.
La escena me hizo compararla a lo que nos sucede a las personas cuando intentamos relacionarnos con quien nos interesa sexualmente. Siempre, o casi siempre, hay alguien más interesado que el otro, ese es quien persigue y es constante; mientras que la otra parte se deja alcanzar al igual que el ave que estaba en la fuente, o simplemente se escurre y se aleja para siempre.
La diferencia entre las aves y nosotros es que en ellas es un instinto básico, donde existe una etapa de celo y el cortejo se limita a parecer atractivo y dispuesto sexualmente.
En los seres humanos las cosas se complican. El deseo es algo que podemos sentir independientemente del periodo del año, y las relaciones sexuales no se limitan al tiempo de ovulación en el sexo femenino. Y qué decir del amor, la confianza, la amistad, la seguridad, la empatía, la atracción, la dependencia, los juegos de poder, y tantas otras cosas que tienen un rol importante y único cuando dos personas se relacionan. Quizás por eso es tan difícil mantener una relación estable, con garantía de permanencia, donde todos esos aditamentos no se agoten y la vida en compañía sea más fácil que la soledad.
Sin embargo, a pesar de estar conscientes de la fragilidad de los sentimientos físicos y psicológicos, siempre terminamos por involucrarnos con alguien, y nos convertimos en la paloma acosadora o en la que se deja atrapar, en la que persigue constantemente o en aquella que huye pero a la vez está visible para quien la busca.
El cortejo en los seres humanos me parece más divertido e interesante que el observado en la fuente; sin embargo, no deja de asombrarme lo iguales que somos a esas palomas que juegan a ser pareja, donde una persigue a la otra hasta lograr su objetivo para después olvidarla e irse detrás de una nueva conquista...
Seres vivos al fin y al cabo.

14 de abril de 2008

máscaras



La verdad es incómoda. Ser sinceros no siempre tiene un desenlace feliz.

En el trabajo me han pedido que defina prioridades, y aunque quieren escuchar que es la oficina, mi prioridad soy yo, mi vida, y si eso les afecta no es mi problema, soy persona antes que empleada.

Mi corazón no funciona como debiera. "Haz más ejercicio", "come bien", "deja el café y la sal", me han dicho varias veces. "Si, estoy en eso", respondo. Pero no es verdad, no puedo ser sincera porque simplemente me lincharían con regaños y advertencias.

"¿Qué dice tu mensaje?" pregunta mi hermana al ver que sonrío cuando mi teléfono me avisa que alguien me ha escrito. "Nada... me preguntan cómo estoy", respondo con indiferencia. En realidad esos mensajes que recibo por la noche son propuestas a las que no sería capaz de resistirme, que me hacen sentir bien, y de ser conocidos por mi hermana seguramente estaríamos en el confesionario un mes completo, él y yo.

En una plática común con algunos alumnos de la Facultad salió a relucir la verdadera inclinación sexual de alguien a quien yo le presté demasiadas atenciones alguna vez. "Eso lo explica todo", comentó una amiga cuando se lo dije con cara de sorpresa, "pudo hacértelo saber pero te utilizó para que no se sospechara". La verdad, la de ella, me pareció lógica... la verdad, la de él, la que apenas conocía, me hizo sentir estúpida.

La sinceridad daña muchas veces, otras más hace notar nuestros defectos y debilidades. Callamos porque la verdad es incómoda hasta para nosotros mismos, porque no nos creemos capaces de soportar ser lo que somos, porque vivimos para los demás y no para el yo interno. Las máscaras nos hacen fuertes, nos hacen ganar batallas a diario, muestran la cara linda que todos quieren ver aunque en realidad seamos tan ordinarios cuando la dejamos en la mesa de noche. Hay que dejarla un día en casa, olvidarla en el cajón de las cosas inservibles, mostrar esa cara lavada que todos desconocen y hacer visible a ese ser que tanto ocultamos.

Por mi parte haré ejercicio y dejaré la sal (estoy en eso jaja), le diré a mi jefe unas dos o tres verdades incómodas, me confesaré con mi hermana y le expresaré que quiero todo con el chico de los mensajitos telefónicos, me haré a la idea de que aquel hombre que me parecía interesante es más chica que yo... en pocas palabras, dejaré la máscara escondida cada vez con mayor frecuencia, hasta que un día, de tanto dejarla, termine por olvidar que existe.


¿y tu? ¿la dejarías?

10 de abril de 2008

siempre tan... tan él


Entré en la Iglesia y lo vi. Tenía su pelo alborotado y apenas podía ver la sudadera azul que vestía. No me dijeron que era él pero sentí que esa nuca que apenas notaba entre la gente era la suya, y esos hombros pequeñitos le pertenecían. De pronto volteó hacia mí y se le iluminó el rostro. Todo desapareció: la gente, los coros, todo. Ahí estaba, soltando su risa al verme, abrazándome fuerte y rodeando mi cuello con sus brazos mientras yo me sentía plena.
Amo a ese niño, mi sobrino número 18 que llegó a alegrar la casa de los abuelos. Y lo amo porque es simplemente él, le importa poco fruncir el ceño cuando no entiende o imitar a la abuela cuando tose; reír a carcajadas si nos tiramos en la cama a competir con cosquillas; apretar la boca de manera chistosa para ver quien gana y mantiene una seriedad extrema... él es mi chico.
Tener un hijo me ilusiona, saber que alguien vendrá y sonreirá al verme; que me buscará ansioso en la puerta del colegio donde no habrá más mujer que yo; que me mostrará sus músculos cuando le pregunte si es fuerte; que disfrute del cereal en las mañanas… un hijo es una experiencia que no quiero perderme.
Por eso me gusta tanto Iván, tomar su mano para cruzar la calle, verlo disfrutar plenamente de sus cuatro años de vida, seguir el ritmo cuando bailamos juntos, responder sus preguntas cuando algo le parece extraño o nuevo.


Dios: quiero uno igual…


8 de abril de 2008

diferencias...

Soy una mujer un tanto machista, es más, considero que no hay algo más absurdo que el feminismo.
Nací en una familia patriarcal, donde mi padre mandaba y tenía la razón absoluta. Hoy todo es diferente, mi madre se encarga de todo, y aquellas niñas indefensas que temblaban a la llegada de papá son ahora mujeres independientes que desafían al mundo y hacen prácticamente lo que quieren.
Soy una de esas niñas de ayer, tengo lo que deseo y la vida me sonríe con o sin un hombre al lado. Sé lo que valgo y lo que merezco, lo que me conviene y lo que no; pero también estoy consciente de que jamás seré igual a un hombre, y por eso estoy en condiciones diferentes.
Hay ciertas cosas que no comprendo de las mujeres que gritan igualdad, como las siguientes:

**Se consideran iguales a los hombres: trabajan, se pagan la vida que quieren, deciden sobre su sexualidad; pero exigen que en la boda el novio pague el vestido de novia (¿acaso ellas pagarán el smoking?).

**Se molestan si un hombre no les cede el paso, pero si lo hace ni siquiera dan las gracias.

**No son capaces de dar el paso al peatón cuando van en coche, por ser mujeres se merecen SIEMPRE pasar primero, ¿qué no exigen igualdad?

**Hacen corajes si les ponen trabas para salir a tomar un café con las amigas, pero si el novio o esposo quiere ver el fútbol es un “cavernícola”.

**Ruega por ir a cenar a un lugar exclusivo y cariiisimo, y sólo come una ensalada "sin" aderezo, "sin" queso, y tantos más "sin" como se le ocurran, ¿no se supone que “cenarían”?

**La ensalada de la cena la “debe” pagar él, siendo que ella es quien tuvo la iniciativa para visitar el lugar (las cenas o salidas deben ser como las llamadas: el que llama paga, eso es igualdad ¿no?).

**Puede gastarse todo su salario en maquillaje y zapatos, pero él no puede “malgastarlo” en un nuevo equipo de audio.

**Quiere darse un masaje en su día libre, pero si él tiene un domingo debe ocuparlo en arreglar la gotera de la casa, ir a comer con sus padres o simplemente preguntarle qué hacer.

**Ella se queja de que él no recuerda el aniversario del primer beso, pero olvida grabarle el partido de fútbol que él no verá por estar en la oficina.

Hombres y mujeres somos diferentes, maravillosamente diferentes, y si exigimos igualdad hay que ser iguales en todo, absolutamente todo, situación meramente imposible. Así que en lugar de pedir, gritar y parecer siempre insatisfechas, deberíamos amar lo que el otro es y comprenderlo, admirar la fortaleza que a nosotras nos falta, salir por separado con los amigos de vez en cuando, vestirnos lindas para su cena importante, disfrutar del equipo de audio que sólo él entiende… y no, no es ceder a nuestros derechos, es sólo disfrutar las diferencias.

4 de abril de 2008

de ida y vuelta




Iré a casa. Me sentaré al lado de mi madre a charlar sobre los vecinos y las buenas nuevas de sus clases de costura. Veré las noticias con mi padre y seguramente tendremos una plática a fondo sobre PEMEX o Mouriño. Abrazaré a mi sobrino, y me obsequiará un pedazo de cristal diciéndome que “es una joya para mí”. Veré el futbol, comeré palomitas, e iré a pasear mientras alguien me ve con cara de “¿y esa quién es?”…
Iré a casa, a ese lugar que sólo visito algunas veces en el año; en el que siempre hay un par de brazos deseosos de atraparme; donde huele a tierra mojada por las mañanas y no hay mejor despertador que escuchar a mi madre en la cocina. Ahí nada sobra ni tampoco falta, las risas son obligadas y saborear la vida es cosa de todos los días.
Me gusta eso de cambiar de realidad y regresar un poco al pasado, encontrarme en un paisaje que vi tantas veces y que ahora forma parte de mi vida anterior; ver a las personas que me quieren y actualizar la información que tienen sobre mí.
Hay un poema de Benedetti que habla un poco de eso, de quienes regresamos a ciertos lugares y de cómo nos sentimos al hacerlo. Nos leemos pronto, prometo regresar mejor que como me voy jaja.


PD. Qué exagerada, me voy un par de días… pero bueno, hacía un rato que no visitaba mi lugar.


Quiero creer que estoy volviendo

Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo, con mi peor y mi mejor historia, conozco este camino de memoria, pero igual me sorprendo.

Hay tanto siempre que no llega nunca, tanta osadía tanta paz dispersa, tanta luz que era sombra y viceversa, y tanta vida trunca.

Vuelvo y pido perdón por la tardanza, se debe a que hice muchos borradores, me quedan dos o tres viejos rencores y sólo una confianza.

Reparto mi experiencia a domicilio y cada abrazo es una recompensa, pero me queda / y no siento vergüenza /, nostalgia del exilio.

En qué momento consiguió la gente abrir de nuevo lo que no se olvida, la madriguera linda que es la vida, culpable o inocente.

Vuelvo y se distribuyen mi jornada las manos que recobro y las que dejo, vuelvo a tener un rostro en el espejo y encuentro mi mirada.

Propios y ajenos vienen en mi ayuda, preguntan las preguntas que uno sueña, cruzo silbando por el santo y seña y el puente de la duda.

Me fui menos mortal de lo que vengo, ustedes estuvieron / yo no estuve, por eso en este cielo hay una nube y es todo lo que tengo.

Tira y afloja entre lo que se añora y el fuego propio y la ceniza ajena y el entusiasmo pobre y la condena que no nos sirve ahora.

Vuelvo de buen talante y buena gana, se fueron las arrugas de mi ceño, por fin puedo creer en lo que sueño, estoy en mi ventana.

Nosotros mantuvimos nuestras voces, ustedes van curando sus heridas, empiezo a comprender las bienvenidas mejor que los adioses.

Vuelvo con la esperanza abrumadora y los fantasmas que llevé conmigo, y el arrabal de todos y el amigo que estaba y no está ahora.

Todos estamos rotos pero enteros, diezmados por perdones y resabios, un poco más gastados y más sabios, más viejos y sinceros.

Vuelvo sin duelo y ha llovido tanto en mi ausencia en mis calles en mi mundo, que me pierdo en los nombres y confundo la lluvia con el llanto.

Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo, con mi peor y mi mejor historia, conozco este camino de memoria pero igual me sorprendo.


1 de abril de 2008

no es mi día...

Hoy no escribí desde el procesador de textos, lo hice aquí sin pensar en más. Los días han pasado como un fantasma, de esos que se sienten pero después se olvidan. Me he quedado con un temblor en las manos que jamás desaparece y un mareo recurrente que llega con el sol y se va cuando menos pienso. "Es estrés", dicen a mi lado, y sí, quizás lo sea. Mi trabajo de pronto me agobia y me encierra en una cápsula de tensión que sólo desaparece cuando comienzan a brillar las estrellas.
Dejé el café, preferí tranquilidad a pupilas dilatadas; abandoné mis series favoritas transmitidas al final de la noche porque eran las causantes de mi complicidad con la almohada por las mañanas; como un yoghurt para sentir que alimento a esa flora intestinal que dicen existe pero jamás he visto; vivo esa filosofía extraña de ser feliz y dejar al otro que también lo sea, aunque a veces ni yo lo soy y tampoco permito que lo sean a mi lado... pero no está funcionando.
Mi cuerpo sigue temblando de manera extraña; quiero comprar mis series para saber qué pasó con el romance de Kevin en "5 hermanos"; amo la almohada por las mañanas y me encanta hundir mi perfil en ella; la flora intestinal jamás me agradece lo que hago cada día; la teoría de la felicidad se me olvida a cada instante...
Estoy en un periodo raro donde a todo le temo y mis decisiones no me muestran un camino favorable, vamos, ni siquiera sé a dónde me llevan. Dudo de lo que haré y lo que siento; me da miedo desatar mis agujetas para calzarme algo mejor; rechazo cosas lindas porque creo que estropearán mi vida... hacía tiempo que esto no me sucedía, mi mamá diría que se llama "madurez", yo sólo lo etiqueto como una de esas arritmias que salen de pronto en los electrocardiogramas, pero espero que la mía pase de largo como una nube en verano...